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Cardenal Ayuso en la Jornada de la Fraternidad Humana

En el marco de la celebración de la II Jornada Internacional de la Fraternidad Humana, nuestro colega Alessandro Di Bussolo, entrevistó al Cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, quien participa desde Dubai, en el evento titulado «La Fraternidad Humana y la Mesa Redonda de la Alianza Global para la Tolerancia». El purpurado también reflexiona acerca del valor del Documento sobre la Fraternidad Humana firmado por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al Azhar de El Cairo, en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019: «Un documento que está abierto a todas las tradiciones religiosas».

Siete días con el Papa Francisco (3 de febrero de 2022)

El Santo Padre aprovechó cada instante de estos últimos siete días para anunciar la Buena Nueva. Entre otras delegaciones, en la Sala Clementina recibió jueces del Vaticano, dirigentes de medios de comunicación y agentes tributarios italianos. Las personas que han ofrecido toda su vida a Dios también estuvieron muy en el corazón de Francisco, sobre todo el martes 2 de febrero, día de la Fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo, fecha en que se celebró la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El día anterior, al compartir la intención de oración para este mes, el Pontífice había hecho un llamado a rezar especialmente por las religiosas y mujeres consagradas en la Iglesia. Animado, Francisco vivió sus actividades, recordando el miércoles su devoción personal por san José, a partir de quien reflexionó sobre el misterio cristiano de la comunión de los santos.

Papa Francisco: 2 de febrero 2022, Santa Misa. Jornada Mundial de la Vida Consagrada

SANTA MISA PARA LOS CONSAGRADOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro
Miércoles, 2 de febrero de 2022

Dos ancianos, Simeón y Ana, esperan en el templo el cumplimiento de la promesa que Dios ha hecho a su pueblo: la llegada del Mesías. Pero no es una espera pasiva sino llena de movimiento. En este contexto, sigamos pues los pasos de Simeón: él, en un primer momento, es conducido por el Espíritu, luego, ve en el Niño la salvación y, finalmente, lo toma en sus brazos (cf. Lc 2,26-28). Detengámonos en estas tres acciones y dejémonos interpelar por algunas cuestiones importantes para nosotros, en particular para la vida consagrada.

La primera, ¿qué es lo que nos mueve? Simeón va al templo «conducido por el mismo Espíritu» (v. 27). El Espíritu Santo es el actor principal de la escena. Es Él quien inflama el corazón de Simeón con el deseo de Dios, es Él quien aviva en su ánimo la espera, es Él quien lleva sus pasos hacia el templo y permite que sus ojos sean capaces de reconocer al Mesías, aunque aparezca como un niño pequeño y pobre. Así actúa el Espíritu Santo: nos hace capaces de percibir la presencia de Dios y su obra no en las cosas grandes, tampoco en las apariencias llamativas ni en las demostraciones de fuerza, sino en la pequeñez y en la fragilidad. Pensemos en la cruz, también ahí hay una pequeñez, una fragilidad, incluso un dramatismo. Pero ahí está la fuerza de Dios. La expresión “conducido por el Espíritu” nos recuerda lo que en la espiritualidad se denominan “mociones espirituales”, que son esas inspiraciones del alma que sentimos dentro de nosotros y que estamos llamados a escuchar, para discernir si provienen o no del Espíritu Santo. Estemos atentos a las mociones interiores del Espíritu.

Preguntémonos entonces, ¿de quién nos dejamos principalmente inspirar? ¿Del Espíritu Santo o del espíritu del mundo? Esta es una pregunta con la que todos nos debemos confrontar, sobre todo nosotros, los consagrados. Mientras el Espíritu lleva a reconocer a Dios en la pequeñez y en la fragilidad de un niño, nosotros a veces corremos el riesgo de concebir nuestra consagración en términos de resultados, de metas y de éxito. Nos movemos en busca de espacios, de notoriedad, de números —es una tentación—. El Espíritu, en cambio, no nos pide esto. Desea que cultivemos la fidelidad cotidiana, que seamos dóciles a las pequeñas cosas que nos han sido confiadas. Qué hermosa es la fidelidad de Simeón y de Ana. Cada día van al templo, cada día esperan y rezan, aunque el tiempo pase y parece que no sucede nada. Esperan toda la vida, sin desanimarse ni quejarse, permaneciendo fieles cada día y alimentando la llama de la esperanza que el Espíritu encendió en sus corazones.

Podemos preguntarnos, hermanos y hermanas, ¿qué es lo que anima nuestros días? ¿Qué amor nos impulsa a seguir adelante? ¿El Espíritu Santo o la pasión del momento, o cualquier otra cosa? ¿Cómo nos movemos en la Iglesia y en la sociedad? A veces, aun detrás de la apariencia de buenas obras, puede esconderse el virus del narcisismo o la obsesión de protagonismo. En otros casos, incluso cuando realizamos tantas actividades, nuestras comunidades religiosas parece que se mueven más por una repetición mecánica —hacer las cosas por costumbre, sólo por hacerlas— que por el entusiasmo de entrar en comunión con el Espíritu Santo. Nos hará bien a todos verificar hoy nuestras motivaciones interiores, discernir las mociones espirituales, porque la renovación de la vida consagrada pasa sobre todo por aquí.

Una segunda cuestión es, ¿qué ven nuestros ojos? Simeón, movido por el Espíritu, ve y reconoce a Cristo. Y reza diciendo: «mis ojos han visto tu salvación» (v. 30). Este es el gran milagro de la fe: que abre los ojos, trasforma la mirada y cambia la perspectiva. Como comprobamos por los muchos encuentros de Jesús en los evangelios, la fe nace de la mirada compasiva con la que Dios nos mira, rompiendo la dureza de nuestro corazón, curando sus heridas y dándonos una mirada nueva para vernos a nosotros mismos y al mundo. Una mirada nueva hacia nosotros mismos, hacia los demás, hacia todas las situaciones que vivimos, incluso las más dolorosas. No se trata de una mirada ingenua, no, sino sapiencial: la mirada ingenua huye de la realidad o finge no ver los problemas; se trata, por el contrario, de una mirada que sabe “ver dentro” y “ver más allá”; que no se detiene en las apariencias, sino que sabe entrar también en las fisuras de la fragilidad y de los fracasos para descubrir en ellas la presencia de Dios.

La mirada cansada de Simeón, aunque debilitada por los años, ve al Señor, ve la salvación. ¿Y nosotros? Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿qué ven nuestros ojos? ¿qué visión tenemos de la vida consagrada? El mundo la ve muchas veces como un “despilfarro”: “Pero mira, aquel chico tan bueno, hacerse fraile”, o “una chica tan competente, hacerse religiosa… Es un despilfarro. Si por lo menos fuera feo o fea… Pero no, son buenos, y esto es un despilfarro”. Así pensamos nosotros. El mundo lo ve como si fuera una realidad del pasado, inútil. Pero nosotros, comunidad cristiana, religiosas y religiosos, ¿qué vemos? ¿tenemos puesta la mirada en el pasado, nostálgicos de lo que ya no existe o somos capaces de una mirada de fe clarividente, proyectada hacia el interior y más allá? Tener la sabiduría de mirar —esta la da el Espíritu—, mirar bien, medir bien las distancias, comprender la realidad. A mí me hace mucho bien ver consagrados y consagradas mayores, que con mirada radiante continúan a sonreír, dando esperanza a los jóvenes. Pensemos en las veces en las que nos hemos encontrado con esas miradas y bendigamos a Dios por ello. Son miradas de esperanza, abiertas al futuro. Y tal vez nos hará bien, en estos días, tener un encuentro, ir a visitar a nuestros hermanos religiosos y religiosas mayores, para mirarlos, para conversar con ellos, para preguntarles, para saber qué es lo que piensan. Creo que sería una buena medicina.

Hermanos y hermanas, el Señor no deja de mandarnos señales para invitarnos a cultivar una visión renovada de la vida consagrada. Esta es necesaria, pero bajo la luz y las mociones del Espíritu Santo. No podemos fingir no ver estas señales y continuar como si nada, repitiendo las cosas de siempre, arrastrándonos por inercia en las formas del pasado, paralizados por el miedo a cambiar. Lo he dicho muchas veces, hoy, la tentación es ir hacia atrás, por seguridad, por miedo, para conservar la fe, para conservar el carisma del fundador… Es una tentación. La tentación de ir hacia atrás y de conservar las “tradiciones” con rigidez. Metámonoslo en la cabeza: la rigidez es una perversión, y detrás de toda rigidez hay graves problemas. Ni Simeón ni Ana eran rígidos, no, eran libres y tenían la alegría de hacer fiesta. Él, alabando al Señor y profetizando con valentía a la mamá; y ella, como buena viejita, yendo de un lado para otro diciendo: “Miren a estos, miren esto”. Dieron el anuncio con alegría, con ojos llenos de esperanza. Nada de inercias del pasado, nada de rigidez. Abramos los ojos: a través de las crisis —sí, es verdad, hay crisis—, de los números que escasean y de las fuerzas que disminuyen —“Padre, no hay vocaciones, ahora iremos hasta el fin del mundo para ver si encontramos alguna”— el Espíritu Santo nos invita a renovar nuestra vida y nuestras comunidades. ¿Y cómo lo haremos? Él nos indicará el camino. Nosotros abramos el corazón, con valentía, sin miedo. Abramos el corazón. Fijémonos en Simeón y Ana que, aun teniendo una edad avanzada, no transcurrieron los días añorando un pasado que ya no volvería, sino que abrieron sus brazos al futuro que les salía al encuentro. Hermanos y hermanas, no desaprovechemos el presente mirando al pasado, o soñando un mañana que jamás llegará, sino que pongámonos ante el Señor, en adoración, y pidámosle una mirada que sepa ver el bien y discernir los caminos de Dios. El Señor nos la dará, si nosotros se la pedimos. Con alegría, con fortaleza, sin miedo.

Por último, una tercera cosa, ¿qué estrechamos en nuestros brazos? Simeón tomó a Jesús en sus brazos (cf. v. 28). Esta es una escena tierna y densa de significado, única en los evangelios. Dios ha puesto a su Hijo en nuestros brazos porque acoger a Jesús es lo esencial, es el centro de la fe. A veces corremos el riesgo de perdernos y dispersarnos en mil cosas, de fijarnos en aspectos secundarios o de concéntranos en nuestros asuntos, olvidando que el centro de todo es Cristo, a quien debemos acoger como el Señor de nuestra vida.

Cuando Simeón toma en brazos a Jesús, sus labios pronuncian palabras de bendición, de alabanza y de asombro. Y nosotros, después de tantos años de vida consagrada, ¿hemos perdido la capacidad de asombrarnos? ¿O tenemos todavía esta capacidad? Hagamos un examen sobre esto, y si alguno no la encuentra, pida la gracia del asombro, el asombro ante las maravillas que Dios está haciendo en nosotros, ocultas como la del templo, cuando Simeón y Ana encontraron a Jesús. Si a los consagrados nos faltan palabras que bendigan a Dios y a los otros, si nos falta la alegría, si desaparece el entusiasmo, si la vida fraterna es sólo un peso, si nos falta el asombro, no es porque seamos víctimas de alguien o de algo, el verdadero motivo es que ya no tenemos a Jesús en nuestros brazos. Y cuando los brazos de un consagrado, de una consagrada no abrazan a Jesús, abrazan el vacío, que buscan rellenar con otras cosas, pero el vacío queda. Tener a Jesús en nuestros brazos, esta es la señal, este es el camino, esta es la “receta” de la renovación. Cuando no abrazamos a Jesús, entonces el corazón se encierra en la amargura. Es triste ver consagrados amargados, que viven encerradosen la queja por las cosas que no van bien, en un rigor que nos vuelve inflexibles, con aires de aparente superioridad. Siempre se quejan de algo, del superior, de la superiora, de los hermanos, de la comunidad, de la cocina… Si no se quejan no viven. Nosotros en cambio debemos abrazar a Jesús en adoración y pedirle una mirada que sepa reconocer el bien y distinguir los caminos de Dios. Si acogemos a Cristo con los brazos abiertos, acogeremos también a los demás con confianza y humildad. De este modo, los conflictos no exasperan, las distancias no dividen y desaparece la tentación de intimidar y de herir la dignidad de cualquier hermana o hermano se apaga. Abramos, pues, los brazos a Cristo y a los hermanos. Ahí está Jesús.

Queridos amigos, queridas amigas, renovemos hoy con entusiasmo nuestra consagración. Preguntémonos qué motivaciones impulsan nuestro corazón y nuestra acción, cuál es la visión renovada que estamos llamados a cultivar y, sobre todo, tomemos en brazos a Jesús. Aun cuando experimentemos dificultades y cansancios —esto sucede, incluso desilusiones, sucede—, hagamos como Simeón y Ana, que esperan con paciencia la fidelidad del Señor y no se dejan robar la alegría del encuentro. Caminemos hacia la alegría del encuentro, esto es muy hermoso. Pongámoslo de nuevo a Él en el centro y sigamos adelante con alegría. Que así sea.

Papa Francisco: Audiencia General 02 de febrero 2022

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 2 de febrero de 2022

Catequesis sobre san José 10. San José y la comunión de los santos

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estas semanas hemos podido profundizar en la figura de San José dejándonos guiar por las pocas, pero importantes noticias que dan los Evangelios, y también por los aspectos de su personalidad que la Iglesia a lo largo de los siglos ha podido evidenciar a través de la oración y la devoción. A partir precisamente de este “sentir común” que en la historia de la Iglesia ha acompañado la figura de san José, hoy quisiera detenerme sobre un importante artículo de fe que puede enriquecer nuestra vida cristiana y puede también enfocar de la mejor forma nuestra relación con los santos y con nuestros seres queridos difuntos: hablo de la comunión de los santos.

Muchas veces decimos, en el Credo, “creo en la comunión de los santos”. Pero si se pregunta qué es la comunión de los santos, yo recuerdo que de niño respondía enseguida: “Ah, los santos hacen la comunión”. Es una cosa que… no entendemos qué decimos. ¿Qué es la comunión de los santos? No es que los Santos hagan la comunión, no es esto: es otra cosa.

A veces también el cristianismo puede caer en formas de devoción que parecen reflejar una mentalidad más pagana que cristiana. La diferencia fundamental está en el hecho de que nuestra oración y nuestra devoción del pueblo fiel no se basa, en esos casos, en la confianza en un ser humano, o en una imagen o en un objeto, incluso cuando sabemos que son sagrados. Nos recuerda el profeta Jeremías: «Maldito sea aquel que fía en hombre […]. Bendito sea aquel que fía en Yahveh» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de un santo, o más aún de la Virgen María, nuestra confianza tiene valor solamente en relación con Cristo. Como si el camino hacia este santo o la Virgen no terminara ahí: no. Va ahí, pero en relación con Cristo. Cristo es el vínculo que nos une a Él y entre nosotros que tiene un nombre específico: esta unión que nos une a todos, entre nosotros y nosotros con Cristo, es la “comunión de los santos”. No son los santos los que realizan los milagros, ¡no! “Este santo es muy milagroso…”: no, detente: los santos no realizan milagros, sino solamente la gracia de Dios que actúa a través de ellos. Los milagros han sido hechos por Dios, por la gracia de Dios que actúa a través de una persona santa, una persona justa. Esto es necesario tenerlo claro. Hay gente que dice: “Yo no creo en Dios, pero creo en este santo”. No, está equivocado. El santo es un intercesor, uno que reza por nosotros y nosotros le rezamos, y reza por nosotros y el Señor nos da la gracia: el Señor actúa a través del Santo.

¿Qué es la “comunión de los santos”? El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n. 946). ¡Pero mira qué bonita definición! “La comunión de los santos es precisamente la Iglesia”. ¿Qué significa esto? ¿Qué la Iglesia está reservada a los perfectos? No. Significa que es la comunidad de los pecadores salvados. La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados. Es bonita esta definición. Nadie puede excluirse de la Iglesia, todos somos pecadores salvados. Nuestra santidad es el fruto del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo, el cual nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella. Siempre gracias a Él nosotros formamos un solo cuerpo, dice san Pablo, en el que Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cf. 1 Cor 12,12). Esta imagen del cuerpo de Cristo y la imagen del cuerpo nos hace entender enseguida qué significa estar unidos los unos a los otros en comunión: «Si sufre un miembro —escribe San Pablo— todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor 12,26-27). Esto dice Pablo: todos somos un cuerpo, todos unidos por la fe, por el bautismo, todos en comunión: unidos en comunión con Jesucristo. Y esta es la comunión de los santos.

Queridos hermanos y queridas hermanas, la alegría y el dolor que tocan mi vida concierne a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida del hermano y de la hermana junto a nosotros me concierne a mí. Yo no puedo ser indiferente a los otros, porque todos somos parte de un cuerpo, en comunión. En este sentido, también el pecado de una única persona concierne siempre a todos, y el amor de cada persona concierne a todos. En virtud de la comunión de los santos, de esta unión, cada miembro de la Iglesia está unido a mí de forma profunda —pero no digo a mí porque soy el Papa— estamos unidos recíprocamente y de forma profunda, y esta unión es tan fuerte que no puede romperse ni siquiera por la muerte. De hecho, la comunión de los santos no concierne solo a los hermanos y las hermanas que están junto a mí en este momento histórico, sino que concierne también a los que han concluido su peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte. También ellos están en comunión con nosotros. Pensemos, queridos hermanos y hermanas: en Cristo nadie puede nunca separarnos verdaderamente de aquellos que amamos porque la unión es una unión existencial, una unión fuerte que está en nuestra misma naturaleza; cambia solo la forma de estar junto a cada uno de ellos, pero nada ni nadie puede romper esta unión. “Padre, pensemos en aquellos que han renegado de la fe, que son apóstatas, que son los perseguidores de la Iglesia, que han renegado su bautismo: ¿también estos están en casa?”. Sí, también estos, también los blasfemos, todos. Somos hermanos: esta es la comunión de los santos. La comunión de los santos mantiene unida la comunidad de los creyentes en la tierra y en el Cielo.

En este sentido, la relación de amistad que puedo construir con un hermano o una hermana junto a mí, puedo establecerla también con un hermano o una hermana que están en el Cielo. Los santos son amigos con los que muy a menudo tejemos relaciones de amistad. Lo que nosotros llamamos devoción —yo soy muy devoto a este santo, a esta santa— es en realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de este vínculo que nos une. También en la vida de todos los días se puede decir: “Pero, esta persona tiene mucha devoción por sus ancianos padres”: no, es una forma de amor, una expresión de amor. Y todos nosotros sabemos que a un amigo podemos dirigirnos siempre, sobre todo cuando estamos en dificultad y necesitamos ayuda. Y nosotros tenemos amigos en el cielo. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida. También Jesús tenía a sus amigos, y a ellos se ha dirigido en los momentos más decisivos de su experiencia humana. En la historia de la Iglesia hay constantes que acompañan a la comunidad creyente: ante todo el gran afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia siempre ha sentido en relación con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el especial honor y afecto que ha rendido a san José. En el fondo, Dios le confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María. Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos cerca de nosotros a los santos y a las santas que son nuestros patronos, por el nombre que tenemos, por ejemplo, por la Iglesia a la que pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc., también por una devoción personal. Y esta es la confianza que debe animarnos siempre al dirigirnos a ellos en los momentos decisivos de nuestra vida. No es algo mágico, no es una superstición, la devoción a los santos; es simplemente hablar con un hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha recorrido una vida justa, una vida santa, una vida ejemplar, y ahora está delante de Dios. Y yo hablo con este hermano, con esta hermana y pido su intercesión por mis necesidades.

Precisamente por esto me gusta concluir esta catequesis con una oración a san José a la que estoy particularmente unido y que recito cada día desde hace más de 40 años. Es una oración que encontré en un libro de oraciones de las Hermanas de Jesús y María, del 1700, finales del siglo XVIII. Es muy bonita, pero más que una oración es un desafío a este amigo, a este padre, a este custodio nuestro que es san José. Sería bonito que vosotros aprendierais esta oración y pudierais repetirla. La leeré: “Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Y termina con un desafío, esto es desafiar a San José: “porque tú puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Yo me encomiendo todos los días a san José, con esta oración, desde hace más de 40 años: es una vieja oración.

Adelante, ánimo, en esta comunión de todos los santos que tenemos en el cielo y en la tierra: el Señor no nos abandona.

Concluida la catequesis el Santo Padre pronunció estas palabras:

Hemos oído, hace algunos minutos, a una persona que gritaba, gritaba, que tenía algún problema, no sé si físico, psíquico, espiritual: pero es un hermano nuestro con un problema. Yo quisiera terminar rezando por él, nuestro hermano que sufre, pobrecillo: si gritaba es porque sufre, tiene alguna necesidad. No debemos estar sordos a la necesidad de este hermano. Rezamos juntos a la Virgen por él: Dios te salve María…

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la intercesión de san José, Patriarca Glorioso, para que venga en nuestro auxilio y tome bajo su protección las situaciones dolorosas de nuestra vida. Que Dios los bendiga.

LLAMAMIENTOS

Desde hace ya un año, asistimos con dolor a la violencia que ensangrienta Myanmar. Hago mío el llamamiento de los obispos birmanos para que la comunidad internacional trabaje por la reconciliación entre las partes interesadas. No podemos mirar hacia otro lado ante los sufrimientos de tantos hermanos y hermanas. Pidamos a Dios, en oración, el consuelo para esa población atormentada; a Él encomendamos los esfuerzos por la paz.

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Pasado mañana, 4 de febrero, se celebrará la Segunda Jornada Internacional de la Fraternidad Humana. Es motivo de satisfacción que las Naciones de mundo entero se unan en esta celebración, dirigida a promover el diálogo interreligioso e intercultural, como deseado también en el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi por el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyib y por mí. Fraternidad quiere decir tender la mano a los otros, respetarles y escucharlos con corazón abierto. Deseo que se cumplan pasos concretos, junto a los creyentes de otras religiones y a las personas de buena voluntad, para afirmar que hoy es tiempo de fraternidad, evitando alimentar enfrentamientos, divisiones y cierres. Recemos y trabajemos cada día para que todos puedan vivir en paz como hermanos y hermanas.

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Están a punto de inaugurarse en Pekín los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno, respectivamente el 4 de febrero y el 4 de marzo. Dirijo de corazón mi saludo a todos los participantes; deseo a los organizadores el mejor éxito y a los atletas dar lo mejor de sí. El deporte, con su lenguaje universal, puede construir puentes de amistad y de solidaridad entre personas y pueblos de cualquier cultura y religión. He apreciado, por tanto, que al histórico lema olímpico Citius, Altius, Fortius —Más rápido, más alto, más fuerte— el Comité Olímpico Internacional haya añadido la palabra Communiter, es decir Juntos, para que los Juegos Olímpicos hagan crecer un mundo más fraterno.

Con un pensamiento particular abrazo a todo el mundo paralímpico. La medalla más importante la venceremos juntos si el ejemplo de los atletas con discapacidad ayudará a todos a superar prejuicios y temores y hacer que nuestras comunidades se vuelvan más acogedoras e inclusivas. ¡Esta es la verdadera medalla de oro! Además, sigo con atención y emoción las historias personales de atletas refugiados. Que sus testimonios contribuyan a animar a las sociedades civiles a abrirse cada vez con más confianza en todos, sin dejar a nadie atrás. A la gran familia olímpica y paralímpica deseo vivir una experiencia única de fraternidad humana y de paz. ¡Bienaventurados los que trabajan por la paz! (Mt 5,9).

La fraternidad humana, la casa común de los hijos de Abraham

En el Día Internacional que conmemora la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana, el 4 de febrero de 2019, por parte del Papa Francisco y el Gran Imán Al-TaYyeb de Al Azhar, un vídeo destaca la raíz de la fraternidad presente en las tres religiones monoteístas e invita a los creyentes de todos los credos y a las personas de buena voluntad a vivir reconciliados en un mundo libre de violencia, injusticia, odio y autodestrucción medioambiental.

Febrero: Por Las Religiosas Y Consagradas

Este mes, rezaremos de manera especial por las mujeres religiosas, las mujeres consagradas.

¿Qué sería la Iglesia sin las religiosas y laicas consagradas? No se puede entender la Iglesia sin ellas.

Animo a todas las consagradas a discernir y a elegir lo que conviene para su misión frente a los desafíos del mundo que estamos viviendo.

Las exhorto a seguir trabajando y hacer incidencia con los pobres, con los marginados, con todos los que están esclavizados por los traficantes; especialmente les pido que hagan incidencia en esto.

Y recemos para que puedan ellas mostrar la belleza del amor y la compasión de Dios como catequistas, teólogas, acompañantes espirituales.

Las invito a luchar cuando, en algunos casos, son injustamente tratadas, incluso dentro de la Iglesia; cuando su servicio que es tan grande se lo reduce a servidumbre. Y a veces por hombres de la Iglesia.

No se desanimen. Sigan dando a conocer la bondad de Dios a través de las obras apostólicas que hacen. Pero sobre todo a través del testimonio de consagración.

Recemos por las mujeres religiosas y consagradas, agradeciéndoles su misión y valentía, para que sigan encontrando nuevas respuestas frente a los desafíos del tiempo actual.

Gracias por lo que son, por lo que hacen y por cómo lo hacen.

La dimensión comunitaria es el verdadero motor de la conversión ecológica

Juntos es más fácil invertir la ruta: desde el cambio de los estilos de vida, pasando por la formación de las nuevas generaciones sobre temas ambientales, hasta el retorno a la tierra con el cultivo de un huerto sinérgico, la Comunidad Pachamama lleva a cabo desde hace años la difícil misión de restablecer la alianza entre el hombre y el ambiente, siguiendo la Laudato si’ como regla de vida.

Papa Francisco: Ángelus 30 de enero 2022 Desde la Plaza de San Pedro

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 30 de enero de 2022

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la liturgia de hoy, el Evangelio narra la primera predicación de Jesús en su propio pueblo, Nazaret. El resultado es amargo: en lugar de recibir aprobación, Jesús encuentra incomprensión y también hostilidad (cf. Lc 4,21-30). Sus paisanos, más que una palabra de verdad, querían milagros, signos prodigiosos. El Señor no los realiza y ellos lo rechazan, porque dicen que ya lo conocen de pequeño: es hijo de José (cf. v. 22), etc. Así, Jesús pronuncia una frase que se ha convertido en proverbio para siempre: «Ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24).

Estas palabras revelan que el fracaso para Jesús no fue del todo inesperado. Conocía a su gente, conocía el corazón de los suyos, sabía el riesgo que corría, contaba con el rechazo. Así que podemos preguntarnos: pero si las cosas estaban así, si prevé el fracaso, ¿por qué va a su pueblo? ¿Por qué hacer el bien a personas que no están dispuestas a aceptarte? Es una pregunta que nos hacemos a menudo. Pero es una pregunta que nos ayuda a entender mejor a Dios. Ante nuestras cerrazones, Él no retrocede: no pone frenos a su amor. Ante nuestras cerrazones, Él sigue adelante. Vemos un reflejo de esto en aquellos padres que son conscientes de la ingratitud de sus hijos, pero no dejan de amarlos y hacerles el bien. Dios es así, pero a un nivel mucho más alto. Y hoy también nos invita a creer en el bien, a no escatimar esfuerzos para hacer el bien.

Sin embargo, en lo ocurrido en Nazaret encontramos algo más: la hostilidad hacia Jesús por parte de “los suyos” nos provoca: ellos no fueron acogedores… ¿Y nosotros? Para comprobarlo, veamos los modelos de acogida que propone Jesús hoy a sus paisanos y a nosotros. Son dos extranjeros: una viuda de Sarepta de Sidón y Naamán, el sirio. Ambos acogieron a los profetas: la primera a Elías, el segundo a Eliseo. Pero no fue una acogida fácil, sino que pasó por pruebas. La viuda acogió a Elías, a pesar de la hambruna y de que el profeta era perseguido (cf. 1 R 17,7-16), era un perseguido político religioso. Naamán, en cambio, a pesar de ser una persona de altísimo nivel, aceptó la petición del profeta Eliseo, que lo llevó a humillarse, a bañarse siete veces en un río (cf. 2 R 5,1-14), como si fuera un niño ignorante. La viuda y Naamán, en definitiva, aceptaron a través de la disponibilidad y la humildad. El modo de acoger a Dios es siempre estar dispuestos, acogerlo y ser humildes. La fe pasa por aquí: disponibilidad y humildad. La viuda y Naamán no rechazaron los caminos de Dios y sus profetas; fueron dóciles, no rígidos y cerrados.

Hermanos y hermanas, también Jesús recorre el camino de los profetas: se presenta como no nos lo esperamos. No lo encuentra quien busca milagros —si nosotros buscamos milagros no encontraremos a Jesús—, quien busca sensaciones nuevas, experiencias íntimas, cosas extrañas; quien busca una fe hecha de poder y signos externos. No, no lo encontrará. Solo lo encuentra, en cambio, quien acepta sus caminos y sus desafíos, sin quejas, sin sospechas, sin críticas ni caras largas. En otras palabras, Jesús te pide que lo acojas en la realidad cotidiana que vives; en la Iglesia de hoy, tal como es; en los que están cerca de ti cada día, en la concreción de los necesitados, en los problemas de tu familia, en los padres, en los hijos, los abuelos, acoger a Dios allí. Ahí está Él, invitándonos a purificarnos en el río de la disponibilidad, y en tantos y saludables baños de humildad. Se necesita humildad para encontrar a Dios, para dejarnos encontrar por Él.

Y nosotros, ¿somos acogedores, o nos parecemos a sus paisanos, que creían saberlo todo sobre Él? “Yo he estudiado teología, hice ese curso de catequesis… Lo sé todo sobre Jesús”. Sí, como un tonto… No hagas el tonto, tú no conoces a Jesús. Quizás, después de tantos años como creyentes, pensamos muchas veces que conocemos bien al Señor, con nuestras propias ideas y juicios. El riesgo es que nos acostumbremos, nos acostumbremos a Jesús. Y ¿cómo nos acostumbramos? Cerrándonos, cerrándonos a sus novedades, al momento en que Él llama a la puerta y te dice algo nuevo, quiere entrar en ti. Tenemos que salir de este permanecer fijos en nuestras posiciones. El Señor pide una mente abierta y un corazón sencillo. Y cuando una persona tiene una mente abierta, un corazón sencillo, tiene la capacidad de sorprenderse, de asombrarse. El Señor siempre nos sorprende, ésta es la belleza del encuentro con Jesús. Que la Virgen, modelo de humildad y disponibilidad, nos muestre el camino para acoger a Jesús.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es el Día Mundial contra la Lepra. Expreso mi cercanía a quienes padecen esta enfermedad y espero que no les falte apoyo espiritual y atención sanitaria. Es necesario trabajar juntos para la plena integración de estas personas, superando cualquier discriminación asociada a una enfermedad que, desgraciadamente, sigue afectando a muchos, especialmente en los contextos sociales más desfavorecidos.

Pasado mañana, 1 de febrero, se celebrará el Año Nuevo Lunar en todo el Extremo Oriente, así como en varias partes del mundo. En esta ocasión, dirijo mis cordiales saludos y expreso el deseo de que en el nuevo año todos puedan disfrutar de paz, salud y una vida pacífica y segura. ¡Qué bonito es cuando las familias encuentran ocasiones para reunirse y vivir momentos de amor y alegría! Muchas familias, por desgracia, no podrán reunirse este año a causa de la pandemia. Espero que pronto podamos superar la prueba. Por último, espero que, gracias a la buena voluntad de los individuos y a la solidaridad de los pueblos, toda la familia humana pueda alcanzar con renovado dinamismo metas de prosperidad material y espiritual.

En la víspera de la fiesta de san Juan Bosco, quiero saludar a los salesianos y salesianas que tanto bien hacen en la Iglesia. He seguido la misa celebrada en el santuario de María Auxiliadora [en Turín] por el Rector Mayor, Ángel Fernández Artime, y recé con él por todos. Pensemos en este gran santo, padre y maestro de la juventud. No se encerró en la sacristía, no se encerró en sus cosas. Salió a la calle a buscar a los jóvenes, con esa creatividad que le caracterizaba. Mis mejores deseos para todos los salesianos y salesianas.

Saludo a todos, fieles de Roma y peregrinos de diversas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de Torrejón de Ardoz, en España, y a los estudiantes de Murça, en Portugal.

¡Con cariño saludo a los chicos y chicas de la Acción Católica de la Diócesis de Roma! Están aquí en grupo. Queridos jóvenes, también este año, acompañados por vuestros padres, educadores y sacerdotes asistentes, habéis venido —un pequeño grupo, debido a la pandemia— a la conclusión de la Caravana de la Paz. Vuestro lema es «Recosamos la paz». Bonito lema. Es importante. Hay mucha necesidad de «recoser», empezando por nuestras relaciones personales, hasta las relaciones entre Estados. Gracias. ¡Seguid adelante! Y ahora soltad vuestros globos al cielo en señal de esperanza… ¡Bien! Es un signo de esperanza que los jóvenes de Roma nos traen hoy, esta “caravana por la paz”.

Les deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.