ESCRIBIR LA HISTORIA: ANTES Y AHORA

¿La Biblia es «historia»? Lo que hicieron los antiguos escritores de la Biblia ¿acaso fue escribir «historia», como la entendemos en el sentido moderno? Estas preguntas son elementos fundamentales en el debate sobre la confiabilidad y la autoridad de la Biblia. En años recientes, el ataque al valor de la Biblia como aporte a la historia del antiguo Cercano Oriente ha sido intenso, como no lo fue desde el siglo XIX. Este ataque está enraizado en la mentalidad intelectual de nuestra época. Desde la década de 1970, la gente ha cuestionado si la ciencia o la historia pueden comunicarnos algo más que la ideología, la política y los prejuicios del científico o del historiador, ya sea de naturaleza individual o colectiva. Esto forma parte del así llamado debate «pos moderno» sobre la naturaleza del «conocimiento». Muchos posmodernistas sostienen que el significado de cualquier texto bíblico particular (o de cualquier otro texto literario) es inseparable de la cosmovisión y la ideología del lector. Niegan que pueda recuperarse la intención original del escritor.
A fin de evaluar la utilidad de la Biblia para la historia y su confiabilidad como fuente, tanto de información como de evaluación de las personas y de los acontecimientos, debemos recordar que hay dos puntos de vista: el antiguo y el moderno. ¿Hablamos de ideas modernas o antiguas de la historia? ¿Se proponían los escritores bíblicos relatar la historia del modo en que nosotros la entendemos? Si su intención no era escribir una historia moderna, entonces ¿qué se proponían hacer?
Por lo general, la palabra historia se entiende en dos sentidos: (1) lo que efectivamente ocurrió en el pasado, o (2) la explicación oral o escrita sobre lo que ocurrió en el pasado. El primer sentido es objetivo (aunque muchas personas niegan incluso esto); el segundo filtra los acontecimientos a través de la personalidad del historiador. En tanto el historiador moderno comienza con cronologías y datos, la evaluación de un historiador rara vez se detiene allí. Reconstruye los datos y los sucesos, integrándolos en el tapiz de un relato. Evalúa las fuentes en cuanto a su valor y validez, de manera similar a la que un abogado determina la credibilidad de un testigo. De hecho, en cuanto a su método de trabajo, el historiador se parece más a un fiscal que a un científico. Después de ese examen, elabora conclusiones sobre las personas y los hechos, de manera semejante a la de un juez o un jurado. El asunto central es que la Biblia declara ciertos hechos o afirma que estos en verdad sucedieron. ¿Realmente tuvieron lugar y ocurrieron como se presentan en la Biblia? También emite juicios sobre las obras, las actitudes y las acciones de las personas. ¿Podemos confiar en el juicio que hace sobre acontecimientos a los que no tenemos acceso?
¿De dónde surgió esta corriente de escepticismo radical? Siempre hubo cuestionamientos a la Biblia. Marción (aprox. 85-160 d.C.), por ejemplo, rechazó casi todo el NT con excepción de los escritos de Pablo y de una versión bastante editada del Evangelio de Lucas. Las perspectivas modernas y pos modernas de la Biblia están enraizadas en el período conocido como Iluminismo, del siglo XVII. En aquella época hubo quienes, mediante el uso de métodos empíricos, comenzaron a distinguir entre conocimiento y superstición. En su búsqueda de la verdad, debieron enfrentarse con las autoridades de la iglesia oficial. Procuraban identificar los textos originales no solo de la Biblia sino también de las obras clásicas de la filosofía y la literatura griega y romana. El enfrentamiento los distanció de las autoridades de la iglesia y los motivó a sospechar de cualquier texto religioso. El siglo XVII estuvo dedicado al descubrimiento de la verdad frente a la superstición o al engaño. En ese sentido, el enfoque escéptico era saludable. Dado que muchas personas aprovechaban el manto de la autoridad religiosa para promover vilmente sus intereses intelectuales, el escepticismo fue una poderosa defensa contra este abuso. Y todavía es útil el escepticismo sano, ya que en la actualidad (en procura de dinero o de prosélitos) se sigue utilizando superstición para seducir a los ingenuos, es decir. aquellas personas que confían, sin analizar, en cualquier cosa que les dicen. Es importante recordar que en aquella época no todos los que adhirieron al método «científico» eran incrédulos. Muchos de los primeros «científicos» eran clérigos profesionales, entre los que podemos destacar a Isaac Newton.
El enfoque del modernismo al escribir la historia incluye la confirmación de los hechos y una cronología, la diferenciación entre fuentes primarias (testimonios directos de los acontecimientos) y secundarias (dependientes de otras fuentes), y el ordenamiento de esos datos en algún tipo de narración. El historiador moderno considera que hay una realidad objetiva en el pasado que hoy podemos conocer y tener acceso a ella. Los eruditos críticos del siglo XIX se concentraron en los supuestos «errores» y «contradicciones» que esperaban encontrar en los datos bíblicos. Durante la primera mitad del siglo XX, los descubrimientos arqueológico respaldaron muchos datos bíblicos que antes habían sido cuestionados. Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, los investigadores llegaron a la conclusión de que la Biblia era mucho más confiable de lo que se pensaba a comienzos de siglo.
En los últimos 50 años, el enfoque ha cambiado. El interés que antes estaba dirigido a «los errores y las contradicciones» de los datos bíblicos se reorientó hacia la manera en que el lector responde al mensaje del texto. La comprensión está inevitablemente filtrada por la predisposición ya presente en el lector. El significado original que el autor se propuso dar al texto no es accesible al lector moderno; de hecho, la «Verdad» no puede conocerse. Llegamos así a fines de la década de 1980 y comienzos de 1990, cuando surgió una nueva corriente de historiadores que cuestionó las conclusiones de sus colegas anteriores; se los conoce como «minimalistas».
La controversia gira en torno a la historiografía, el arte de escribir la historia. Es un arte, no una ciencia. Uno no puede repetir «los hechos» de la historia en la misma forma que un científico puede reproducir una y otra vez los mismos acontecimientos en un experimento.
in embargo, escribir la historia no es simplemente relatar algo. Es fundamental la confiabilidad de las fuentes que uno utiliza para crear ese relato. ¿Son creíbles las fuentes que usa el historiador para «demostrar» su tesis? El historiador se asemeja al abogado que construye el relato sobre un delito (o falta de delito), y recurre a testigos y a pruebas para respaldar su punto de vista y su conclusión. Además es el marco que relaciona los acontecimientos entre sí (con frecuencia un relato, aunque también podría tratarse de un cuadro con datos demográficos). Esto incluye seleccionar los datos que se tendrán en cuenta y cuáles se dejarán de lado porque no son relevantes para la tesis.
Los minimalistas declaran que la Israel que se describe en la Biblia hebrea nunca existió,
alvo en la mente de los escritores persas y helenistas que crearon las narraciones de los patriarcas y las historias de la monarquía por pura fantasía. Según los minimalistas, eran novelistas en el sentido moderno, dedicados a escribir ficción. Pero a menos que haya verificación independiente a partir de «fuentes extrabíblicas», ellos descartan la utilidad de la Biblia hebrea como testimonio de los acontecimientos relatados. Someten el texto bíblico a mayores exigencias de verificación que otras fuentes «extrabíblicas».
Ellos consideran que los restos arqueológicos «sin inscripciones» son más confiables que ros documentos escritos porque son «reales», mientras que el mensaje contenido en los documentos fue producido por seres humanos con ideologías, errores de percepción, información incompleta, etc. Emmanuel Kant (1724-1804), filósofo del Iluminismo, sostuvo que la realidad en sí no puede ser verdaderamente conocida. Los minimalistas citan de manera explícita a Kant como respaldo a la baja calificación del texto bíblico como herramienta para conocer el pasado. Sin embargo, si bien los restos arqueológicos muestran cómo era el mundo material, el contexto y las limitaciones del pasado no pueden explicar las decisiones que tomaban las personas ni por qué las tomaban.
Ellos insisten en que cualquier afirmación de un texto antiguo debe ser verificada mediante una fuente independiente. Sin embargo, esta insistencia en el principio de la verificación estricta nos dejaría en tinieblas respecto a casi todo. De hecho, nadie vive de esta manera. Constantemente tomamos decisiones sobre la base de una verificación insuficiente y optamos por una alternativa «probable». Es mejor seguir el criterio «inocente mientras no se demuestre culpable». es decir, que se concede al texto el beneficio de la duda hasta que se descubran razones para desconfiar de él.
¿Cómo responder a los minimalistas? Tomemos, por ejemplo, el problema de la conquista de Canaán. Carecemos de pruebas arqueológicas sobre la conquista y la ocupación israelita en la Edad de Hierro. Los minimalistas llegan a la conclusión de que nunca ocurrió y, por cierto, no de la manera que se presenta en el libro de Josué. Kenneth Kitchen, egiptólogo famoso, es bien conocido por su aforismo: «La ausencia de prueba no es prueba de la ausencia». El texto bíblico ayuda a explicarlo. En Jos. 24:13 el Señor dice: «y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis». En otras palabras, los israelitas no destruyeron por completo la cultura material cananea (ciudades, granjas, viñedos y huertas). Al parecer, la destrucción total era más bien la excepción que la regla.
¿Cómo debemos evaluar estos textos antiguos? Debemos permitir que los escritores antiguos se expresen como deseen. Debemos procurar entenderlos antes de hacerles cuestionamientos que no forman parte de sus intenciones ni de su cosmovisión. Debemos «traducir» aquel mensaje de personas de la antigüedad al contexto moderno. Por último, debemos ser humildes: no contamos con toda la información; no disponemos del conocimiento completo ni seguro para responder todas las preguntas. Aprovechemos aquello con que contamos y estemos satisfechos con lo que recibimos por medio de los escritores antiguos.
¿Qué hacían, entonces, los escritores bíblicos? ¿Qué esperaban lograr y de qué forma debe el lector moderno tratar de comprender esa producción literaria? Los libros de Reyes y de Crónicas, además de otros libros «históricos» de la Biblia hebrea, no son obras de historia¬dores modernos para lectores modernos. Su carácter literario es diferente. Por un lado, la intención es didáctica o polémica; es decir, se proponen convencer a sus lectores en cuanto a principios morales y espirituales. Los relatos procuran respaldar esta intención y las diversas hipótesis del escritor. En segundo lugar, su compromiso con la verdad no pretende alcanzar las pautas de la información moderna. Lo que ellos consideraban importante no es fácilmente equiparable según los parámetros del tercer milenio. Por ejemplo, a los lectores modernos les parece irrelevante el registro de las genealogías como parte del relato. Sin embargo, esta información era fundamental en la manera en que los pueblos antiguos concebían su identidad. Tal vez las genealogías cumplieran la función de establecer la cronología o de brindar el marco histórico, y así definir procedencia, relación e identidad.
Debemos reconocer técnicas como: paráfrasis, resúmenes, explicaciones, omisiones, re-ordenamientos y otras más usadas por los escritores antiguos, que tal vez lleguen a ofender los principios modernos de la historiografía. Esto no significa que los pueblos de la antigüedad no escribieran historia. Por el contrario, con frecuencia se muestran sensibles ante los acontecimientos y ante los testigos que corroboran los hechos. Pero por otro lado, no hacían distinción entre el juicio del escritor o la evaluación de los hechos y los hechos en sí. Al escribir no estaban interesados en la precisión, por lo menos no de acuerdo a las nociones modernas de precisión. ¡Eso no significa que los escritores no procuraran relatar una historia acorde con los acontecimientos reales! A fin de comprender los textos antiguos, uno debe convertirse en persona de la antigüedad, en el sentido intelectual y emocional, con la intención de entrar en su mundo. El proceso es similar al de mirar una película, donde uno debe concederle al director la premisa de la ficción, y hasta dejar en suspenso el concepto de cómo debe funcionar el mundo, a fin de estar en condiciones de captar el mensaje de la película. La diferencia con los escritores antiguos es que nuestra tarea es grande antes de poder entrar en ese mundo. Solo entonces habremos ganado el derecho de emitir una opinión.
El escritor antiguo hacía elecciones: el tema (acontecimientos que debían relatarse), el punto de vista (propósito teológico) y la estética (opciones creativas). Esos escritores seleccionaban el material, daban brillo a sucesos menos relevantes, simplificaban el relato en función de las limitaciones de espacio y solo incluían detalles que arrojaban luz sobre el significado de los hechos, conforme a la comprensión que tenían de ellos. Esto puede decirse tanto de los historiadores profesionales modernos como de los antiguos narradores.
¿De qué manera, entonces, debemos entender las intenciones de los escritores bíblicos?
Los primeros historiadores de los que tenemos noticias fueron los sumerios, para quienes la historia era un asunto de experiencia personal, no del análisis de fuentes ni la aplicación de principios interpretativos. Más adelante, los gobernantes de la Mesopotamia se propusieron interpretar el presente o el futuro a la luz del pasado. Los acontecimientos terrenales estaban controlados por los dioses; por eso sus decretos tienen un lugar prominente en los mitos y las leyendas de entonces. Más aún, esa pudo haber sido la función cultural de los mitos y las leyendas. Los primeros historiógrafos en el sentido moderno de la palabra fueron Maneto (siglo III a.C., Egipto) y Heródoto (Historia, aprox. 440 a.C.), y más tarde, Aristóteles (384-322 a.C., Historia natural de los animales). Los escritores bíblicos estarían en una situación intermedia: la perspectiva de los escritores hebreos antiguos es que la historia tiene una meta planificada; no es resultado de grandes hombres ni fuerzas, sino que se dirige hacia un fin diseñado por Dios. Su intención al escribir historia era didáctica: enseñar al lector cómo Dios interviene en los asuntos humanos, cuáles son Sus propósitos y cuáles las consecuencias de obedecer o desobedecer esos propósitos.